DOMINGO.- Aunque ya se que no es domingo, y estoy esribiendo la columna DOMINGO ya muy tarde, a las 15.00 horas del Lunes, no quice dejar pasar la oportunidad de hacerlo, pues no puedo sustraerme de los eventuales acontecimientos del fin de semana.
Conocí a Karol Wojtyla el 1 de agosto de 2002. Día jueves por la mañana, siendo las 10, me apresuraba a llegar al trabajo, mi oficina estaba en la Colonia del Valle, que para llegar a ella, debía cruzar Av. Insurgentes, una de las calles más importantes en mi país. Al llegar no pude las calles estaban cerradas, me estacioné cerca, y caminé. Al llegar a Insurgentes y Xola, me detuve, la gente estaba expectante, no tardó más de 30 segundos cuando empecé a escuchar a la multitud. El Papa ya venía.
No tuve que ponerme de puntas, por obra del destino quedé en una excelente posición, no pasaron más de 15 segundos después de que el tumulto de gente empezó a ovacionar, cuando llegó en un automóvil, el famoso Papamóvil, y lo vi. Gordito, rosado, sentado, visiblemente cansado, pero aun a pesar de su vejez, se podía notar que era una persona robusta y fuerte.
Pasó y se alejó, de la misma manera el bullicio cesó y lo que un instante, segundos antes nos había convertido en un sólo sentimiento se apagó y volvimos a ser los extraños y desconocidos de siempre. Todo mundo regresó a sus ocupaciones y al momento en que llegué al auto estacionado, ya había circulación y todo volvió a la normalidad.
Es sorprendente cómo una persona puede hacer mucho. Cómo le conferimos toda nuestra fe y devoción. No hace mucho escuché a alguien, quien ahora no recuerdo su nombre, que decía que el Vaticano no servía de mucho, pues estaba lleno de opulencia, que "en el Vaticano, hay tal derroche de dinero, que con una sola pintura que se vendiera de ahí, se podrían alimentar muchos niños". Concuerdo con esa sentencia. El papel de la iglesia, ciertamente no debería de estar sujeta a la opulencia, desde donde yo lo veo su misión de la iglesia se encuentra, ahora más que nunca, en inspirarnos. Pues todos tenemos derecho a creer en algo.
La creencia en algo nos da fuerza, nos brinda la oportunidad de reconfortar nuestras desgracias, nos ayuda a ser mejores humanos, nos da paz espiritual, calma nuestros reclamos y angustias, da consuelo a las injusticias que vivimos, el creer en algo nos brinda una tranquilidad y estabilidad mental que ninguna otra medicina. La misión de la iglesia, así como la del Papa es que creamos en que existe un mundo mejor y que nos lo merecemos.
Hoy todos queremos creer, creer en Juan Pablo, en Karol Wojtyla quien desde muy joven se quedó huérfano de madre y poco después de hermano, y padre. Karol Wojtyla un comunicador por excelencia, un diplomático de la buena voluntad, un acérrimo defensor de la iglesia y su ortodoxia, pero al mismo tiempo un reformador y estadista mundial. Karol Wojtyla te extrañaremos.
"Me voy, pero no me voy; me voy, pero no me ausento, porque aunque me voy, de corazón me quedo".
La vida es en sí un experimento...
Mauricio Martínez R.
mau_76@hotmail.com
2 comentarios:
Has puesto en tus palabras mi sentir. Pensaba escribir algo en relación a él... pero creo que tu has expresado lo que yo escribiría.
Un saludo con cariño
Sabes, hoy estaba escuchando en la radio una historia del papa, que una vez una mujer estaba caminando por roma y llegó un auto negro y le dijo que subiera, ella un poco nerviosa porque no sabía de lo que se trataba, se subió, y cuando el carro aparcó, se dió cuenta que estaba dentro del Vaticano. Y que la persona que la había invitado a subir era el Papa, dicen que era ella era una amiga del papa de su juventud, otros dicen que fue su primera y única novia de joven, lo interesante es que a él tomó un camino, mismo que al final se le confirió una misión, y la cumplió. La enorme fortuna de él fue que supo y decidió su destino, mientras que muchos aun nos preguntamos ¿cuál será mi misión en la vida? Saludos y que tengas una estupenda semana...
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